jueves, 17 de marzo de 2011


Aviso a Profesorado, personal docente:
Amnistía Internacional ofrece una valiosa unidad didáctica sobre Derechos Humanos de las Personas en Movimiento. Refugio, Inmigración y Asilo.
La iniciativa se inserta en la Red de Escuelas por los Derechos Humanos, "con el
objetivo de acercar al alumnado a la realidad de las personas en
movimiento" (En http://www.es.amnesty.org/unidades-didacticas/derechos-humanos-personas-en-movimiento/)
Por cierto, invito a leer la siguiente noticia acerca de España y el Comité de Naciones Unidas para la Eliminación de la Discriminación Racial: http://www.europapress.es/epsocial/noticia-onu-pide-espana-erradique-redadas-policiales-detenciones-indiscriminadas-inmigrantes-20110315172633.html
RESEÑA DE Slavoj ZIZEK, En Defensa de la intolerancia, Sequitur, Madrid, 2007.
(En Revista Académica de Relaciones Internacionales, núm. 9, octubre de 2008, GERI-UAM ISSN 1699 – 3950, http://www.relacionesinternacionales.info)

"Con un título provocador, En defensa de la intolerancia es una pequeña gran obra. En poco más de cien páginas, Slavoj Zizek analiza con brillantez la sociedad capitalista postmoderna. El análisis es el de un pensador completo. El filósofo esloveno integra los conocimientos relativos al mundo humano —política, economía, psicología, arte...— como no había visto hace tiempo en ningún autor. Habría que remontarse casi al siglo XIX en busca de Karl Marx para encontrar análisis completos de esta naturaleza. La mirada de Zizek penetra la realidad social en todas sus dimensiones. Intenta desentrañar la esencia del concreto mundo histórico en el que vivimos, con sus fenómenos (la crisis del estado moderno, el capitalismo globalizado, la llamada sociedad del riesgo, los discursos crecientes formales de democracia y derechos humanos, el multiculturalismo, los populismos de derechas…). Ahora bien, que Zizek intente comprender todo esto en su enorme complejidad no significa que el autor acumule observaciones varias o diversas sobre el mundo actual, sino todo lo contrario. Su observación es una sola, es decir, la mirada que hay en juego es una sola, condensada como ahora veremos. Se trata de una mirada honda, muy honda, percibiendo integradamente lo que expertos particulares de política, economía, psicología, movimientos sociales, etc., tratan de estudiar por partes, a lo sumo coordinadas. Zizek se niega a permanecer en la superficie de los fenómenos cuando de lo que se trata es de explicar los mismos. No es casualidad en este sentido que el autor destaque en su obra dos herramientas básicas con las que trabaja como teórico: una, el marxismo alejado de simples determinismos económicos, y otra, el psicoanálisis —de la mano de Jacques Lacan—, sobre todo.
Notado lo anterior, ¿cómo condensa Zizek la esencia de los tiempos que vivimos? Lo hace mediante un concepto cuyo término él mismo acuña: postpolítica. La postpolítica es la forma despolitizadora de abordar la política. Hablamos de un enfoque de la política que paradójicamente la anula, desplaza o sustituye, y lo hace mediante una actividad “interpasiva”. Interpasivo es aquello que incita o motiva a que otros no actúen. La postpolítica incita a la ausencia de actividad genuinamente política. Pero, ¿qué es entonces política?
Por encima de todo Zizek reflexiona sobre la naturaleza de lo político y la política. Para él, político es el acto originario de desafío al orden social establecido. Político es aquel fenómeno que compromete a los poderes. Por esto, y contra lo que se suele decir acerca de que “la política es el arte de lo posible”, la verdadera política es el “arte de lo imposible”. La política cuestiona justo aquello que se ve a sí mismo como incuestionable o universal: el orden social hegemónico.
Deduciendo que política y postpolítica son los dos conceptos clave del libro, profundicemos en su significado. En cuanto a la política, los pensamientos de Zizek son de claro calado marxista. Para el autor, cuando se cuestiona al orden social hegemónico se reivindica implícitamente una alternativa: un nuevo universal que sustituya a lo denunciado. Pues bien, el alcance universal de la alternativa viene dado por cómo las “partes” del orden social pueden conseguir identificarse con la “parte sin parte” (es decir, con los de abajo). La universalidad se localiza por tanto, contra toda apariencia, en algo muy particular: en la relación que guarda el cuestionamiento del orden social con los excluidos. Las reivindicaciones políticas son más universales cuanto más cuestionan al orden social en sus puntos de exclusión, solidarizándose con quienes precisamente los sufren.
El ejemplo que más a mano tiene Zizek para ilustrar un punto de exclusión flagrante en nuestros sistemas es el caso de los inmigrantes, la mayoría de ellos fugitivos de la pobreza y otras violaciones de derechos humanos. Observemos que los inmigrantes constituyen estructuralmente la “parte sin parte” en los estados-nación. El grito político-universal en consecuencia pasaría con ellos por que los ciudadanos nacionales gritásemos ¡Todos somos inmigrantes!
En realidad la frase más universal que cabe gritar hoy para nuestro autor es ¡Todos somos TRABAJADORES INMIGRANTES! Para Zizek las estructuras del sistema económico capitalista son netamente generadoras de puntos de exclusión y, sobre todo, son el epicentro de la actividad interpasiva postpolítica. El capital disfruta de una hegemonía prácticamente indiscutida hoy. No se le conciben alternativas. La teoría crítica económica suele ser de hecho calificada aún en la propia academia como economía “descafeinada” o no tan “científica” como el capitalismo ortodoxo o, a lo sumo, capitalismo reformado. En nuestras sociedades se trata así a la economía capitalista como si fuera la economía, natural e incuestionable. Esto supone despolitizar completamente un concreto y complejo modo de producción que surgió en un momento histórico determinado —en la era moderna— y que ha evolucionado globalizándose hoy. La cuestión es que este modo de producción implica innatamente en su razón de ser “partes sin parte”; genera y juega de hecho con la existencia de “partes sin parte”. Zizek lamenta por ello la triste ironía de que la globalización del capital parezca ser equiparada con universalización.
Llegados aquí, el título provocador del libro —En defensa de la intolerancia— lo que únicamente pretende es enfatizar la necesidad de desafiar ese carácter incuestionable del capitalismo con sus injusticias. En otras palabras, la obra defiende politizar la economía. Esto implica dejar de aceptar que la actividad económica sea algo ajeno a la reflexión crítica humana que anhela lo universal (la inexistencia de “partes sin parte”).
El hecho de que, para reivindicar la citada politización de la economía, Zizek recurra a criticar el valor de la tolerancia, recuerda de alguna manera la senda abierta en su día por Herbert Marcuse (con “Tolerancia represiva”, en Crítica de la tolerancia pura, 1977). Es esta senda sin duda una extremadamente delicada y, por lo mismo, resbaladiza. Con su carácter peligroso juegan precisamente los teóricos del statu-quo, a quienes en terminología de Zizek podría denominarse como teóricos -mejores o peores- de la postpolítica.
Para finalizar, gran parte del libro se dedica a la reflexión en torno a ciertas tendencias sociales que alimentan significativamente la postpolítica en cuestión. Se trata de las tendencias de “culturalización” de la política. Nuestro autor considera que la lucha por reivindicar identidades culturales marginales, aun siendo valiosa, no profundiza en las verdaderas causas de exclusión de los diferentes. Las políticas de identidad no llegan a abordar apenas la exclusión generada en la economía;contribuyen por ello a la postpolítica incitando a que las reivindicaciones se sientan satisfechas consigo mismas en su ilusión de desafío al sistema. La “culturalización” de la política funciona entonces como la gran ficción política del capitalismo globalizado. Zizek relaciona esto con que la acción de las multinacionales traspasando fronteras en el plano económico se corresponde, de alguna manera, con un “multiculturalismo tolerante” en el plano social.
Todo esto último constituye a mi juicio la parte más floja o vulnerable del libro. Con ella Zizek se llega a mostrar reduccionista. Mezcla en sus análisis luchas culturales de identidad radicalmente diferentes, cuando no opuestas, como son las de las políticas de diferencia comunitaristas (véase Charles Taylor) y las de las políticas de diferencia inclusivas o de justicia (véase Iris Marion Young). En relación con éstas últimas —las políticas de diferencia como políticas de justicia—, a Zizek se le escapa la posibilidad de que una opresión tenga verdaderamente sus raíces en el plano cultural. En este caso, la discriminación o vulnerabilidad socioeconómica del diferente constituiría una expresión sólo o manifestación crecida de la raíz cultural de la opresión. Por supuesto esto puede ser al revés y ello a menudo se constata. Puntos de exclusión con raíz en lo económico llegan a expresarse o manifestarse en el plano cultural. Una retroalimentación de hecho suele acontecer entre el origen y las manifestaciones de la opresión. Pero la cuestión que interesa resaltar es que es posible que no se halle en la economía siempre el origen. Justamente el tratamiento que los seres humanos dan a sus diferencias es uno de los temas más complicados en filosofía política. Y eso Zizek no lo puede obviar. Y ni mucho menos el autor debe deslegitimar la lucha contra la opresión de raíz cultural afirmando que contribuye a la postpolítica.
Es extraño en fin que la mirada zizekiana no subraye la diversidad de raíces y expresiones de la opresión cuando es el diferente el que la sufre.
Irene